Lista infinita de opciones; arduos debates al teléfono; desencuentros y desacuerdos para concretar cómo, cuándo y a qué hora celebrábamos el día de la amistad: ¡Hasta que acordábamos!, a última hora… pero acordábamos.

¿Asado, un desayuno, unas birras al caer la noche?, o unos mates si las billeteras estaban medio vacías… Acomodar la agenda: al almuerzo un grupo, por la noche otro.

No hace mucho tiempo, concretar el día de la amistad era casi un debate presidencial: nos persuadía una propuesta, ¡y que se vote!

Hoy nos toca otra realidad: tan nueva que incomoda, tan distinta a lo que nuestra cultura popular nos acostumbraba, que colocarnos frente a esta nueva emergencia es tan tenso como aquel primer día de trabajo, o los minutos previos a rendir un examen final.

Hace algunos meses irrumpió el bicho invisible. Un ser extraño e imperceptible que, sin dudas, nos modificó la vida a todos y a todas: nos sumó una prenda más a la vestimenta cotidiana; hizo del lavado de manos una conducta irrenunciable; ajustó en abrazos y encuentros; redujo la cantidad de comensales del domingo; sustituyó rasgos por pantallas; y trasladó nuestras oficinas y fábricas al comedor de la casa.

Puso al desnudo las desigualdades del neoliberalismo intermitente. Intermitente porque nunca dejó de husmear: se encendió con la perilla de la Dictadura cívico- militar del ´76, encandiló las leves pretensiones del alfonsinismo, y nos cegó con el uno a uno del hombre de las patillas prominentes. Los focos reventaron dos minutos antes de que De La Rúa abandonara la Rosada.

La llegada de Néstor y Cristina Kirchner hicieron saltar la térmica: la renegociación de la deuda externa junto a la nacionalización de YPF o Aerolíneas Argentinas, y la Asignación Universal por Hijo parecieron oscurecer las pretensiones de un neoliberalismo que no dejó de existir, mutó: se financierizó. Se quedó en el banco (literalmente).

Casi apagado, pero intermitente. La asunción de Mauricio Macri lo propuso como una “luz” al final del camino: allí su intermitencia.

Llegó Alberto Fernández a cambiar los focos. Pero aquel 10 de diciembre de 2019, mientras daba su discurso en el Congreso de la Nación, jamás imagino que el COVID-19 vendría a demostrar al mundo entero la desigualdad que el neoliberalismo impone.

Los y las consumidoras se atrincheraron, las ventas cayeron junto a las acciones en Wall Street, y el sistema capitalista a escala mundial sufrió un cachetazo humillante que viró la atención hacia un actor vilipendiado hasta entonces: los Estados, el Estado.

Allí se encontró Alberto, junto a Cristina: en el más alto cargo de conducción estatal. El primer acierto fue detectar ese cachetazo al neoliberalismo, con el que muchos y muchas pasaron de largo. Como buen peronista supo que, inyectando poder adquisitivo en el bolsillo de los sectores más humildes, la cosa podía andar un poco mejor.

Su confianza ideológica en la salud pública le permitió establecer la prioridad de preparar y fortalecer un sistema sanitario que había sido diezmado por los requerimientos del Fondo Monetario Internacional, a la gestión de CAMBIEMOS.

Y convencido de la importancia de las industrias, en un país como el nuestro, salió a respaldar a sus trabajadores y trabajadoras, colocando al Estado como el responsable de garantizar la mitad de sus salarios.

La Editorial de Trazo Popular está convencida que, lejos de lo que auguran los medios monopólicos de comunicación, la situación de pandemia acobijó al país (amplia y mayoritariamente) en el valor de la solidaridad. Pero para ser solidarios y solidarias, tenemos que estar persuadidos y persuadidas de serlo.

Si hemos podido lograr esto, quedarnos en casa con el objetivo de cuidar a nuestros amigos y amigas no es un sacrificio. Es una bandera, una conducta, y un ejemplo. Un acto de amor, de solidaridad y de respeto. Valores que hemos fortalecido durante este tiempo.

Queda mucho por hacer, no hemos vencido al confinamiento. Pero en la Rosada hay un buen amigo, y acá UN GRAN PUEBLO.

(*) Foto: Télam